El verano pasado fui al mar con mi familia. Salimos temprano en la mañana, llenos de emoción por lo que nos esperaba. El trayecto fue tranquilo, aunque el sol ya comenzaba a calentar con fuerza. Cuando llegamos a la playa, el agua azul y el sonido de las olas nos dieron la bienvenida.
Primero, colocamos nuestras cosas bajo una sombrilla grande. Desplegamos las toallas y pusimos protector solar para evitar quemarnos. Luego, mis hermanos y yo corrimos hacia el agua. Jugamos durante horas. Saltamos sobre las olas, nos zambullimos y competimos para ver quién podía nadar más rápido. Mientras tanto, mis padres descansaron bajo la sombrilla y leyeron sus libros favoritos.
Al mediodía, almorzamos en un pequeño restaurante cerca de la playa. Comimos pescado fresco y mariscos, y todo sabía delicioso. Después, caminamos por la orilla para disfrutar de la brisa marina. Recogimos conchas y encontramos algunas piedras interesantes que guardamos como recuerdo.
Por la tarde, alquilamos un bote y navegamos mar adentro. Vimos delfines saltando cerca del bote, lo que fue el momento más emocionante del día. También intentamos pescar, aunque no tuvimos mucha suerte.
Cuando el sol empezó a ocultarse, nos sentamos en la arena para ver el atardecer. El cielo se pintó de tonos anaranjados y rosados, y todos estuvimos de acuerdo en que era una vista espectacular. Finalmente, regresamos al hotel cansados, pero felices.
Esa noche dormimos profundamente, satisfechos después de un día lleno de aventuras. Fue una de las mejores vacaciones que hemos tenido, y estoy seguro de que siempre recordaré esos momentos junto al mar.